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Contaminación lumínica

Con este nombre se designa la emisión directa o indirecta hacia la atmósfera de luz artificial, en distintos rangos espectrales. Sus efectos manifiestos son: la dispersión hacia el cielo (skyglow), la intrusión lumínica, el deslumbramiento y el sobreconsumo de electricidad.

La dispersión hacia el cielo se origina por el hecho de que la luz interactúa con las partículas del aire, desviándose en todas direcciones. El proceso se hace más evidente si existen partículas contaminantes en la atmósfera (humos, partículas sólidas) o, simplemente, humedad ambiental. La expresión más característica de esto es el inconfundible halo luminoso que recubre las ciudades, visible a centenares de kilómetros en algunos casos y las nubes refulgentes como fluorescentes. Como detalle anecdótico e ilustrativo se puede mencionar el hecho de que el halo de Madrid se eleva 20 kilómetros por encima de la ciudad y el de Barcelona es perceptible a 300 kilómetros de distancia. En condiciones normales, los hombres de mar podrían ir de Mallorca a Barcelona de noche, simplemente guiándose por el resplandor del halo.

Aunque resulte un tanto extraño decirlo, hay que considerar a esta novedosa forma de contaminación, cuyos efectos son todavía muy poco estudiados, comparable en algunas ocasiones a la emisión de humos hacia la atmósfera o al vertido de contaminantes en los ríos, porque, en el fondo, consiste en la emisión de energía producida artificialmente hacia un medio naturalmente oscuro. Esta forma de contaminación tiene efectos comprobados sobre la biodiversidad de la flora y la fauna nocturna que, dicho sea de paso, es mucho más numerosa que la diurna y precisa de la oscuridad para sobrevivir y mantenerse en equilibrio. La proyección de luz en el medio natural origina sucesos de deslumbramiento y desorientación en las aves, y una alteración de los ciclos de ascenso y descenso del plancton marino, lo que afecta a la alimentación de especies marinas que se asientan en las cercanías de la costa. También incide sobre los ciclos reproductivos de los insectos, algunos de los cuales han de atravesar notables distancias para encontrarse y no pueden pasar por las “barreras del luz” que forman los núcleos urbanos iluminados. Se rompe, además, el equilibrio poblacional de las especies, porque algunas son ciegas a ciertas longitudes de onda de luz y otras no, con lo cual las depredadoras pueden prosperar, mientras decrecen las depredadas. Finalmente, la flora se ve afectada al disminuir los insectos que realizan la polinización de ciertas plantas.

De todas formas, es evidente que en circunstancias de oscuridad las poblaciones tienen que iluminar su actividad. El problema no surge en esa necesidad incuestionable, sino en la sobreexplotación del uso de la luz en nuestros núcleos urbanos.

El problema de la contaminación lumínica no se puede solucionar si no se establecen medidas jurídicas que lo regulen. Afortunadamente, las iniciativas jurídicas existen y están ya consolidadas, con resultados francamente positivos. Las primeras surgieron en los EEUU, a resultas de la fundación de la International Dark-Sky Association (IDA), primera organización dedicada a la defensa del cielo nocturno y a combatir la contaminación lumínica, fundada por David Crawford, astrofísico norteamericano que, tras su jubilación, asumió el reto de combatir el fenómeno. De la mano de la IDA, distintas ciudades y estados, especialmente en Arizona, aprobaron leyes u ordenanzas reguladoras. Las iniciativas de esta asociación hicieron mella y así aparecieron entidades similares a la IDA en otros países, especialmente entre los europeos. Inglaterra, Francia, Suiza, Alemania, Grecia e Italia son algunos de ellos. Destaca, en especial, Italia, como el país donde más instrumentos jurídicos han sido aprobados para la protección contra la contaminación lumínica. Por su parte, en América Latina, Chile, con motivo de albergar el complejo de observatorios astronómicos del ESO (European Southern Observatory), aprobó también una ley de prevención del fenómeno.

Algunas comunidades autónomas de nuestro país, concienciadas por este problema, ya han desarrollado normativa específica para la protección del cielo frente a la contaminación lumínica, como Canarias, Cataluña, Islas Baleares, Navarra, Cantabria o la propia Andalucía, a través de la Ley de Gestión Integrada de la Calidad Ambiental, un instrumento brillante de regulación jurídica que ha supuesto un importante paso adelante en la protección ambiental de nuestra Comunidad.

Es evidente que tenemos que dar luz a nuestras actividades nocturnas, pero debemos ser conscientes de que la excesiva iluminación de éstas también produce un efecto negativo en nuestro entorno natural, sin mencionar por supuesto la cantidad de energía malgastada por esa mala gestión de la iluminación, un tema éste de ahorro económico igual de importante al de los beneficios ambientales que estas medidas de eficiencia energética comportan.

Fuente: [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE]
Imagen: Cabezadeturco

Sobre el autor

Alberto Martinez

Ingeniero industrial en la especialidad de la electricidad, y apasionado de los mecanismos de generación, transporte y distribución de energía. Cada día más apasionado por la movilidad sostenible.

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